La voz femenina en la política, desde Poniatowska hasta hoy.

Hablar de Elena Poniatowska es evocar una voz que ha acompañado, denunciado y narrado las transformaciones sociales y políticas de México desde el corazón mismo de sus protagonistas más invisibles. Su mirada, profundamente empática y crítica, le permitió dar forma a un estilo narrativo que fusiona literatura, testimonio y activismo. Pero más allá de sus méritos como escritora, Poniatowska representa una figura fundamental en la construcción de una conciencia política femenina en un país donde históricamente se ha silenciado esa voz.

Desde La noche de Tlatelolco, pasando por Hasta no verte Jesús mío, hasta sus crónicas sobre los terremotos, Poniatowska no sólo escribió sobre mujeres; escribió desde ellas. Le otorgó palabras a aquellas que el poder había relegado a los márgenes: indígenas, madres, trabajadoras, estudiantes. Su compromiso con la justicia social y los derechos humanos la convirtió en un referente para nuevas generaciones de mujeres que, en diferentes trincheras, han tomado la palabra y la calle para exigir lo que históricamente les ha sido negado.

En ese sentido, Poniatowska abrió un camino que hoy transitan múltiples voces femeninas en la política, tanto institucional como desde los movimientos sociales. Las mujeres ya no sólo narran las luchas: las encabezan. Desde congresistas y alcaldesas hasta activistas comunitarias y defensoras del territorio, la presencia femenina en los espacios públicos ha crecido, aunque no sin resistencia ni violencia. Lo que antes se asumía como terreno masculino –el poder, la opinión, la decisión pública– es hoy un campo en disputa donde las mujeres no sólo participan, sino que redefinen las formas de ejercerlo.

Ejemplos recientes abundan: mujeres indígenas que han llegado a ocupar cargos en sus comunidades bajo sistemas de usos y costumbres; colectivas feministas que exigen justicia por violencia de género con acciones creativas y disruptivas; periodistas que, pese a los riesgos, documentan el feminicidio y la impunidad; o jóvenes diputadas que han impulsado leyes históricas como la paridad total o la despenalización del aborto en varios estados. Todas ellas, conscientes o no, heredan una tradición de rebeldía escrita y tejida por autoras como Poniatowska.

Y sin embargo, la batalla no está ganada. La violencia política de género, los techos de cristal, la brecha salarial, la criminalización de defensoras y la desinformación siguen operando como mecanismos para callar o desprestigiar la voz femenina. En ese contexto, recordar a Elena no es una ceremonia nostálgica: es un acto político. Su obra nos recuerda que la palabra también es una forma de resistencia, que narrar desde el cuerpo y la experiencia de las mujeres transforma no sólo el relato, sino el mundo.

Hoy más que nunca, urge leer a Poniatowska no sólo como autora, sino como agitadora de conciencias. Escuchar su voz para comprender cómo hemos llegado hasta aquí, y sobre todo, para imaginar hacia dónde podemos ir si continuamos abriendo camino con nuestras propias palabras. Porque la política no se limita a los pasillos del poder: está en la casa, en la calle, en la escuela y en el papel. Y ahí, las mujeres han tenido siempre algo urgente que decir.

Recordar a Elena Poniatowska no es una ceremonia nostálgica: es un acto político. Su voz nos recuerda que narrar también es resistir.

29 de julio de 2025

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